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Sermones Escogidos Tomo 1

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    Salvación en Cristo

    Se nos ha dado el privilegio de hacer tesoros en el cielo. Podemos hacerlo siguiendo a Cristo. Él vino a nuestro mundo para demostrar al universo que el hombre, al fijar sus ojos en Dios, puede ser un vencedor. Así se cumplió la promesa que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Cristo se humilló a sí mismo para estar a la cabeza de la humanidad, a fin de que pudiéramos ser herederos de una herencia inmortal en el reino de gloria.SE1 279.3

    Cuando Cristo vino a Juan para ser bautizado, Juan rehusaba hacerlo, diciendo: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí?». «Permítelo ahora», dijo Cristo, «porque así conviene que cumplamos toda justicia» (Mat. 3: 14, 15). Se había hecho provisión para que cuando el hombre se arrepintiera y diera los pasos necesarios para su conversión, fuera perdonado. Cuando alguien es bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estos tres grandes poderes se comprometen a obrar a su favor. El hombre, por su parte, al descender al agua, para ser sepultado imitando la muerte de Cristo, y levantarse en forma similar a su resurrección, se compromete a adorar al Dios vivo y verdadero, a salir del mundo y mantenerse apartado y a guardar la ley de Jehová.SE1 279.4

    Cuando Cristo se inclinó a orillas del Jordán y oró al cielo, fue en nuestro favor que lo hizo. Mientras oraba, los cielos fueron abiertos y la gloria de Dios como una paloma de oro bruñido se posó sobre él, al tiempo que del alto cielo se oyó una voz diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mat. 3: 17). Este es el compromiso realizado a favor de la humanidad. La oración de Cristo fue elevada por nosotros. Somos aceptos en el Amado. ¡Qué aliciente debiera ser esto para que nosotros luchemos de manera ferviente y perseverante con el fin de agradar a nuestro Salvador, demostrando con nuestra vida que no él no murió en vano por nosotros!SE1 279.5

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