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Mensajera del Señor

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    Rechazada en 1888

    Hemos notado anteriormente que muchos rechazaron a Elena de White en el congreso de la Asociación General de 1888, en Minneapolis. 37 Ver p. 195. Su exhortación a levantar los ojos por encima del legalismo en el que tantos se habían deslizado inconscientemente cayó en muchos oídos sordos. Pocos días después del congreso ella escribió: “Desde que dejé la costa del Pacífico las cosas no han sido fáciles para mí. Nuestra primera reunión no se asemejó a ninguna de las que yo alguna vez asistí en la Asociación General... Mi testimonio fue ignorado y jamás en toda mi vida se me trató como en el congreso [de 1888]”. 38 Carta 7, 1888, en 1888 Materials , pp. 186-189.MDS 234.7

    En 1890 ella escribió: “Hermanos, me estáis urgiendo a ir a vuestros campestres. Debo deciros claramente que el curso de acción que se siguió hacia mí y mi trabajo desde el congreso de la Asociación General en Minneapolis—vuestra resistencia a la luz y las advertencias que Dios ha dado por mi intermedio—, ha hecho mi trabajo cincuenta veces más difícil que lo que de otro modo hubiera sido... Me parece que habéis desechado la palabra del Señor como indigna de vuestra atención... Mi experiencia desde el congreso en Minneapolis no ha sido muy alentadora. Le he pedido al Señor que me dé diariamente sabiduría y que no me sienta totalmente descorazonada y vaya a la tumba con el corazón quebrantado como ocurrió con mi esposo”. 39 Carta 1,1890, en 1888 Materials, pp. 659-660,664.MDS 234.8

    Aunque fue mal recibida en Minneapolis, Elena de White permaneció impertérrita. Sus escritos en la década de 1890 inculcaron a la iglesia, a quienquiera que escuchase, la voz de Dios haciendo clara la plenitud del Evangelio eterno (Apoc. 14:6-7). 40 Ver p. 198MDS 235.1

    Ahora podemos ver qué había detrás del fuerte deseo de los líderes de que Elena de White dejase los Estados Unidos para ir a Australia. Los temblores que siguieron al “terremoto” denominacional de la década de 1890, motivados por el fuerte apoyo que ella le dio a A. T. Jones y E. J. Waggoner, su desaprobación igualmente fuerte de las actitudes entre muchos de los dirigentes de la iglesia, más su profunda percepción y sus claros mensajes que afectaban el plan de acción de los administradores en el área de finanzas que estaban a cargo .de la Asociación General y de la casa publicadora, tuvieron mucho que ver con la “urgencia” de que ella fuese enviada a AustraliaMDS 235.2

    En 1896 ella escribió al presidente de la Asociación General: “No era del Señor el que nos fuéramos de los Estados Unidos. No reveló que su voluntad era que yo dejase Battle Creek. El Señor no planeó esto, pero permitió que todos ustedes avanzasen de acuerdo con vuestra imaginación... Se nos necesitaba en el corazón de la obra, y si vuestra percepción espiritual hubiese discernido la verdadera situación, ustedes nunca habrían consentido con los pasos que se dieron. Pero el Señor leyó los corazones de todos. Había una disposición tan grande para que partiésemos, que el Señor permitió que esto ocurriese. Aquellos que estaban cansados de los testimonios dados quedaron sin las personas que los daban. Nuestra separación de Battle Creek fue para que los hombres saliesen con la suya y siguiesen su camino, el que pensaban que era superior al camino del Señor... Cuando el Señor me presentó este asunto tal como realmente era, no abrí mis labios a nadie, porque sabía que nadie discerniría el asunto en todos sus alcances”. 41 Carta 127,1896, en 1888 Materials, pp. 1622-1623.MDS 235.3

    Anteriormente había escrito en su diario del 5 de agosto de 1891: “Esta mañana mi mente se siente ansiosa y preocupada respecto a mi deber. ¿Podrá ser que la voluntad de Dios es que vaya a Australia? Esto me afecta en gran manera No tengo luz especial en cuanto a dejar los Estados Unidos para ir a ese país distante. No obstante, si supiese que ésta era la voz de Dios, iría. Pero no puedo comprender este asunto. Algunos de los que llevan responsabilidades en los Estados Unidos parecen ser muy persistentes en que mi obra especial debiera consistir en ir a Europa y Australia”. 42Bio., t. 4, p. 15.MDS 235.4

    Pero ella fue, estableciendo un buen ejemplo para que todos lo imiten al responder a las decisiones de los líderes de la iglesia. A medida que pasaba el tiempo, ella descubrió, como lo hizo José, que “no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Gén. 45:8). A pesar de no ser apreciada por los hombres en el corazón del liderazgo denominacional, una vez más Elena de White encaró el cumplimiento del deber con una determinación de hierro.MDS 235.5

    Pero con cada crisis, parece que algunos olvidan la manera en que han sido conducidos en el pasado. Por ejemplo, durante el año crítico de 1903, cuando todo Battle Creek—adventistas y el público en general— estaban consternados respecto a las propuestas y planes de mudar la Asociación General y la casa publicadora, el consejo de Elena de White fue inequívoco, tan claro como el sol del mediodía en un día sin nubes: “¡ Mudaos! ” Pero el capellán del sanatorio, Lycurgus McCoy, encabezó a la multitud que resistía los cambios. No creía que los líderes de la denominación tenían suficiente perspicacia comercial para haccr esas decisiones tan trascendentes. Además, aunque McCoy consideraba que Elena de White era sincera, no “creía que eí Señor le había hablado sobre este asunto, aunque ella lo creyera”. 43 Schwarz, Light Bearers, p. 308.MDS 235.6

    La tenue alabanza de McCoy ha sido repetida a menudo a través de los años. Aquellos que han enfrentado desafíos, pensando que cada ocasión nueva es “diferente” de los problemas del pasado, pueden haber tenido tiempo o no de ver claramente la relevancia de Elena de White.MDS 236.1

    En base a la historia bíblica es evidente que los profetas no sustentan una posición electiva; no son “llamados” a su cargo por el grupo al cual sirven. En una forma especial el profeta está fuera de la puerta burocrática o institucional. Los profetas hebreos comprendían este papel único, a veces para su gran infortunio. Cuando el profeta confronta a la iglesia institucionalizada, se pone en marcha cierta dinámica humana que a menudo hace que se trate al profeta como alguien “mal recibido”.MDS 236.2

    El profeta percibe la posible inhumanidad de la burocracia y las rigideces inherentes y posibles irregularidades del institucio nalismo. Los que están dentro de la estructura institucional perciben a menudo al profeta como alguien que exaspera con sus desafíos vigorosos, sus consejos penetrantes o su franca reprensión. Para quienes están motivados por cualquier cosa que no sean los principios más puros, el profeta es siempre mal recibido. MDS 236.3

    A lo largo del ministerio de setenta años de Elena de White, muchos escucharon su voz gozosamente. Su consejo se autentificó a sí mismo. Cuando la voz inquietante de la profetisa incomodó sentimientos no consagrados, relativamente pocos líderes y miembros encontraron excusas para rechazarla. Cuando los dirigentes de la iglesia prestaron atención a la voz, el Movimiento Adventista prosperó. 44 G. I. Butler, presidente de la Asociación General, vivió durante el período de los dolores de crecimiento de la joven Iglesia Adventista del Séptimo Día. Vio y oyó la voz de la mensajera de Dios mientras ella aconsejaba, reprobaba, guiaba y enseñaba a sus contemporáneos. Para Butler, Elena de White no fue una nota histórica al pie de página, sino una voz viviente que veía claramente cuando otros tropezaban. En base a una experiencia viviente con ella y con sus testimonios, Butler escribió lo siguiente: “Los hemos puesto a prueba [a los testimonios] como pueblo durante casi un cuarto de siglo, y encontramos que prosperamos espiritualmente cuando les prestamos atención, y sufrimos una gran pérdida cuando los descuidamos. Hemos encontrado que la dirección dada por los testimonios es nuestra seguridad. Nunca nos han guiado al fanatismo en un solo caso, pero siempre han reprendido a los hombres fanáticos e irrazonables. Admito que su influencia sobre los adventistas durante su historia pasada ha sido grande, pero siempre ha sido para bien y siempre ha tendido a convertimos en un pueblo mejor”.— Review and Herald, 9 de junio, 1874.MDS 236.4

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